miércoles, 31 de agosto de 2011

Reportaje - Fast Five (I Parte)



Atlanta no sólo es la sede de CNN o de la Coca Cola. La cuna de Martin Luther King es también innegable zona sureña: casas victorianas, iglesias por doquier, 16ºC, acentos rítmicos y atropellados. Nada que ver con la chispeante Río de Janeiro donde, en teoría, se despliegan los hechos de la edición número cinco de Rápido y Furioso.

Sin embargo, la ciudad olímpica se convirtió en el escenario perfecto para recrear la acción que ocurre “puertas adentro”. Así, una estación de tren abandonada, con rieles de madera, ventanas clausuradas, un Volkswagen sin cauchos colgado del techo, bombillos quebrados que sisean y un sofá que se presume rojo se unieron a una lista infinita de elementos, que sólo podían servir para envolver a los actores en la atmósfera de encubrimiento en la que se encuentran sus personajes.

Ahí fue 

 En el polvoriento lugar estuvo Dominical, observando unos minutos de grabación que se tradujeron en unas siete horas. En ese tiempo, tres patrullas se desplazaban alrededor de un metro y se detenían como si llegaran de una carrera a full velocidad. De ellas descendían Dominic Toretto (Diesel), Brian O’Conner (Paul Walker) y Roman Pearce (Tyrese Gibson) y cruzaban un diálogo de unas tres líneas. “¡Corte!”, se escuchaba de pronto y había que repetir.

 Más tarde fue el turno de Mia Toretto (Jordana Brewster). Suéter blanco, pistola en mano e iniciaba: la armaba con movimientos bruscos y cavilaba como intentando decidir. “¡Corte!”, salía otra vez de la silla de Justin Lin.

 En unas pantallas, mientras tanto, se reproducían segmentos ya rodados y en ellos aparecía el recién incorporado Luke Hobbs (Dwayne Johnson) en una persecución con narcos armados de bazucas y granadas. En plena emboscada, el agente federal es rescatado por sus archienemigos, los protagonistas de la saga, quienes huyen en una Hummer conducida por la dama.

 El cuento, más o menos 

Cómo se ensamblan esos pequeños segmentos, no quedó muy claro. No obstante, los participantes resumieron este nuevo relato hasta donde tenían permiso de hacerlo. Comienza con el final del cuarto largometraje, en el que el ahora ex oficial Brian y Mia liberan al hermano de ella, en su rumbo a la prisión. La huída los lleva a cruzar decenas de fronteras, hasta parar en las adyacencias de Ipanema.

 Allí, la ley los acorrala una vez más y, para librarse de las esposas, se ven obligados a participar en una última misión: ensamblar un equipo de chóferes élite con sus amigos, para hacerle frente a los negocios del empresario corrupto Hernán Reyes (Joaquim de Almeida). En simultáneo, el tenaz detective Hobbs les está pisando los talones y le ordena a su asistente, Elena Neves (Elsa Pataky), y al resto de su escuadrón que, pase lo que pase, no dejen a estos tipos subirse a ningún vehículo.

 Muy tarde. Los pandilleros descubren que las ruedas más aceleradas las tiene la policía y se roban sus Dodge Chargers para modificarlos, mientras se valen de algunos Porsche GTS, Nissan 370C y Toyota Supra para completar sus acrobacias. Ante tanta habilidad y un giro en las circunstancias, al delegado del FBI no le queda más remedio que aprender a separar los malos de los no tan malos. 
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